Me había perdido en el tiempo viviendo el presente y sin darme cuenta pasó por enfrente mío un cuarto de siglo. Como un juego que avanza en tiempo irrecuperable. Una experiencia única y diaria que nos enseña a evolucionar y nos desafía a intentar ser mejores personas. Fui creciendo con la dicha de la fortuna que origina la suma complacencia de deleitarme por las pequeñas cosas de la vida.
Borrosos momentos de mi niñez guardado en mi inconsciente que a veces salen a revivir. El más claro recuerdo de todos: el patio de mi antigua casa y el arco (portería) de fútbol como mejor regalo que me pudo haber hecho mi padre. El césped verde de mi patio cada día invitaba a mi imaginación a trasladarme a un estadio lleno coreando mi nombre; para mi vieja que me miraba por la ventana, yo estaba solo; para mi, no entraba ni una alfiler en las tribunas. A veces me acompañaba mi hermano, otras tantas mi viejo. Jugamos por mucho tiempo por el sólo hecho de divertirnos y la pasión que sentimos por este juego. Luego llegó la adolescencia acompañada de travesuras. Habré sido un mañoso para conseguir lo que quería. Así fui creciendo, riendo y gozando. ¡Veinticinco años no es nada!
Hoy sigo disfrutando, viviendo sólo el presente , como único tiempo real, y persiguiendo mis sueños.
La vida como un teatro y nosotros los actores. Nuestras mejores obras no son las que hicimos, ni las que están por llegar, sino las del día de hoy.
"La vita è bella"Yo, Diego